En la marco de la iniciativa El Valle está en vos, que lidera la Gobernación del Valle del Cauca, compartimos este artículo que resalta la belleza y las principales características del último municipio al norte del departamento El Águila.
El texto original y fotos en alta definición se encuentra en: www.elvalleestaenvos.com
El nido de las águilas
El Águila anida en la última punta donde el Valle se eleva al norte. La última del mapa. Desde Cartago, el camino hasta allá se estira por una hora que se alarga y se alarga, sobre curvas infinitas que desde la ventanilla del carro solo dejan ver precipicios sembrados de palos y más palos de café.
“Abaaaaaajo, vea, allá abaaaaaaajo, en ese techo rojo, vivíamos nosotros…”, dijo en una curva Luis Alfredo Díaz, el conductor de El País que pacientemente iba lidiando la carretera el miércoles pasado. Puso el pie en el freno, señaló hacia el fondo de un cafetal hondísimo, y asomando la cabeza pudimos suponer la casa donde creció con sus papás y ocho hermanos. Díaz nació en La Primavera, que es una vereda de Bolívar varios municipios más al sur. Lo que pasa es que sus papás eran campesinos, un tío tenía finca por ahí, y buscando trabajo para sostener a ese muchacherío llegaron a coger café.
Díaz entonces también cogió café de niño y a medida que avanzábamos hacia arriba fue recordando algunos de los episodios más duros de esa vida, con muchas jornadas de lluvia en su relato. En tiempos de cosecha y aguacero, contó, el patrón de la finca no dejaba que los recolectores escamparan porque el agua tumbaba el grano: “Viera el frío adentro de esas matas: ¡era muy duro!..”
El Águila queda tan lejos que en un punto el radio del carro ya no sintoniza emisoras ni en el AM, así que las historias que ayudan a sobrellevar la distancia y explicar el paisaje inadvertido son música. Y combustible: la última de estación de gasolina quedó lejos, en Ansermanuevo.
Hace muchos años que todas esas montañas, las faldas de la cordillera occidental, fueron tierra de arrieros, cuenta Díaz, que trabajó con uno al que le decían ‘Pucho’. ‘Pucho’ tenía una hilera de mulas que a muchos sirvieron para enviar de un lado a otro las cargas de café, en la época donde por ahí no había carreteras. Cuando él estaba pequeño, por ejemplo, y lo mandaban al El Águila por algo, tenía que subir y bajar una montaña a pie. Por eso las mañanas que su mamá le encargó traer la carne del almuerzo nunca llegó a buena hora. Nunca. No por niño. Un alpinista profesional tampoco habría regresado a tiempo para poner la olla.