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El poder del voto


Columna escrita por Benjamín Barney, para el periódico El país. Ver artículo original

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Para poder cambiar el país, principiando por sus ciudades, en las que ya vive la mayoría de sus habitantes, y proteger sus muchos pequeños pueblos y campos, es preciso cambiar su política. Y para poder cambiarla es indispensable votar libremente y por propuestas. De ahí que sea inaplazable educar mucho mejor a sus ciudadanos, y por supuesto no basta con dar de nuevo clases de historia en los colegios. Para entenderlo basta con leer el libro de Sergio Fajardo: El poder de la decencia, 2017, breve y conciso, y ya en su segunda edición, o al menos lo que se comenta cada vez más del mismo, por ejemplo en Las2orillas o Kienyke y columnistas de este y otros medios. En Colombia no hay una preocupación colectiva por la educación y ese es el mayor obstáculo para solucionar sus muchas necesidades y viejos y nuevos problemas. Justamente por eso hay que educar en un sentido mucho más amplio: “La educación integra ciencia, tecnología, innovación, emprendimiento y cultura, todas esas actividades que giran alrededor de la inteligencia y las capacidades de las personas, y que las convierten en ciudadanos.” Y desde luego la cultura debe incluir el arte, y este la arquitectura, la que no es sólo una suma de técnicas, y por ende las ciudades en tanto que son obras de arte colectivo, lo que también lleva a que “tenemos que revisar nuestras raíces culturales”. Hacer énfasis en la calidad y cantidad del espacio público y el equipamiento urbano de las ciudades, en tanto cultura, educación, recreación, deporte, movilidad y salud, con “nuevos espacios públicos para que la gente volviera a encontrarse, en los que pudieran verse las caras otra vez para reconocerse, y conversar y jugar; lugares donde pudieran sentirse protegidos entre todos […] y con el mayor cuidado estético”, entendiendo la arquitectura en sus dimensiones políticas, como tanto insistió Rogelio Salmona, deduciendo de verdad el espíritu de la comunidad, sus aspiraciones y sueños, y no el ego de ciertos arquitectos ignorantes de las tradiciones y de la necesidad de lo contextual y sostenible. “Por todo el país aumenta la conciencia de que nuestro gran patrimonio lo constituyen los recursos y bienes naturales. El agua, en particular.” Proteger la naturaleza, los recursos, la biodiversidad, el agua, el aire y, por supuesto, la gran diversidad de sus relievas, climas y paisajes, sí que tiene que ver con una mejor educación y más amplia, y con unas ciudades sostenibles y por eso mismo su arquitectura, principiando por el re uso de lo ya construido y el respeto por el contexto urbano inmediato y general de cada una de ellas, sin caer en las trampas de la ‘modernidad’, producto, precisamente, de la ignorancia generalizada sobre los temas del medio ambiente, el desarrollo sostenible y la arquitectura de la ciudad. Pero no basta con votar por propuestas y hay que hacerlo por los que dan confianza en que si tratarán de llevarlas a buen término. Al fin y al cabo “la forma como se llega al poder, es decir, como se ganan las elecciones, define cómo se gobierna” y “gobernar es educar”. Y cada vez es más claro que es más difícil eliminar la corrupción que combatir las guerrillas y las bandas criminales que quedan alrededor del narcotráfico; además una parte importante de los recursos públicos termina en los corruptos. “Por lo tanto, para derrotar la corrupción antes que todo hay que votar”, como concluye Fajardo; y si es del caso, votar en blanco, pero votar; es la democracia, “el poder de la gente”.

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