Columna de opinión escrita por el experto en movilidad y urbanismo Carlos A. González Guzmán, para La Silla Vacía. Ver artículo orginal
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En el mundo hay más de 4.000 ciudades con más de 100.000 habitantes, y cada día siguen recibiendo más población y expandiéndose en territorio. Según el BID, para el 2050, en América Latina el 90% de la población vivirá en las ciudades a pesar de la existencia de vastos territorios rurales.
El crecimiento de las ciudades en los países desarrollados y en vías de desarrollo carga una connotación negativa en donde, a mayor población hay más bocas que alimentar, mayor consumo de agua, una creciente demanda de alimentos , mayor competencia por el trabajo y altos niveles de congestión en las vías.
Sin embargo, muy poco se habla de las ciudades como protagonistas del desarrollo, como impulsoras de buenas prácticas y actores claves en agendas tan importantes como la sostenibilidad o la adaptación al cambio climático.
Este llevó a que en la 3ra versión de Cali Epicentro de Desarrollo y Paz se congregaran más de 1.100 personas y 50 expertos nacionales e internacionales – un evento organizado por la Fundación para el Desarrollo Integral del Pacífico, FDI Pacífico, la Alcaldía de Cali, la Sociedad de Mejoras Públicas y Consorcio Ciudadano - a analizar los por qué de la migración masiva a las ciudades, cómo generar capacidades de recepción que respeten la calidad de vida pero también el balance con la ruralidad, así como llegar a ser centro de desarrollo económico y de propuestas de competitividad como la economía naranja.
De este Cali Epicentro nos quedan muchas enseñanzas, a continuación trataré de resumir las más relevantes:
Las ciudades seguirán creciendo ya que son atractivas por la calidad de vida que prometen a sus habitantes y las oportunidades que ofrecen para el desarrollo económico y personal.
Pero lo claro es que este crecimiento no puede ser desmedido o sin planeación. A medida que la huella humana crece y se expande a territorios rurales, se debe mantener un delicado balance entre su parte urbana y sus reservas estratégicas de agua y alimentos.
Sin embargo, nada de lo anterior puede lograrse sin una adecuada planeación de mediano y largo plazo que provenga de consensos que permita la implementación de políticas y programas, que supere los periodos de gobiernos de los gobernantes, y que marque un cambio positivo en la vida de los ciudadanos.
En esta tarea el sector privado y la ciudadanía en general tienen una responsabilidad muy grande, ya que son ellos los que tienen la capacidad de hacer seguimiento al cumplimiento de estas políticas y de elegir a los gobernantes que se comprometan con esos planes.
Así mismo se hace imperativo pensarse ciudades con infraestructura cada vez más verde, con una mejora real y equitativa de la calidad de vida, que ofrezcan conexión territorial y competitividad económica.
La meta de esta nueva agenda urbana no es sólo convertir a las ciudades en entidades territoriales eficientes en el uso de recursos o emisiones de carbono, sino en una fuente de buenas prácticas de recuperación y preservación de lo rural.
Dado que nadie llega a una ciudad con la expectativa de vivir peor, las ciudades tienen que enfrentar grandes nuevos retos en temas de seguridad, salud y adaptación al cambio climático y la resiliencia es un elemento clave en dicha construcción conjunta con la ciudadanía.
La resiliencia debe ser entendida como una capacidad de adaptación de la sociedad a diversos entornos y debe venir acompañada de una respuesta institucional a través de políticas públicas y de acciones que permitan que dicha adaptación mejore las condiciones de vida de quienes allí habitan.
Por su parte, la competitividad económica no puede ser vista como un aumento desmesurado de la producción o la reducción de los costos, la competitividad tiene un fuerte componente territorial y humano.
Pensar en la competitividad de un territorio parte de reconocer que no es posible crecer como empresa en un entorno social en donde no haya acuerdos mínimos sobre desarrollo entre el sector público, el sector privado y las comunidades y ciudadanía del territorio.
Elementos como el arte y la cultura en regiones como el Pacífico colombiano tienen un gigantesco potencial, son activos a los cuales se les debe reconocer su valor.
Así mismo, al pensar en ciudades es necesario romper la premisa de que la movilidad es sinónimo de tráfico. Afrontar el reto de la movilidad implica pensar que más allá de los trancones no todos nos movemos de la misma manera.
Nuestras ciudades tienen el reto de optimizar mecanismos de movilidad masiva, pero al mismo tiempo ir generando capacidades a otras manifestaciones más individuales como la bicicleta y el uso de alternativas de mayor tecnología y más amigables con el medio ambiente.
Parte de pensar en la movilidad implica amarrar esto a la planeación de ciudad, a la desconcentración de bienes y servicios en la ciudad que suelen aglomerarse en el centro u otros sectores, para así hacer que la gente se mueva menos para responder a sus necesidades.
Finalmente, la ciudad es el hábitat no solo de la gente sino también de flora y fauna que está en proceso de adaptarse a las nuevas infraestructuras, formas de producción y patrones de consumo.
Pensar en una ciudad verde es pensar en servicios ambientales también como uno de los activos de una ciudad.
Todo espacio en la ciudad tiene potencial para ser una estructura más verde. Uno de los grandes retos de las ciudades es hacer que “el verde” haga parte del crecimiento de la ciudad.
Uno de los elementos clave en una ciudad es el agua. El cuidado del agua se convierte no solo en un tema fundamental desde la institucionalidad, sino también de forma articulada entre la ciudadanía y el sector privado, como fue el caso de Sudáfrica en Ciudad del Cabo para hacer frente a la crisis.
Las discusiones y experiencias abordadas en la 3ra versión de Cali Epicentro son un insumo clave para las discusiones futuras en torno al desarrollo donde definitivamente las ciudades deben ser protagonistas.